Comentario
La revolución de los transportes y la generalización de las ideas librecambistas -fenómenos que ya han sido aludidos- permitieron una expansión del comercio a la vez que una relativa universalización de los mercados. El papel determinante correspondió, desde luego, a Europa, cuyas exportaciones se cuadruplicaron en los veinte años que siguieron a 1850 y, dentro de Europa, al Reino Unido que, a la altura de 1870, protagonizaba la cuarta parte del comercio europeo. Junto al Reino Unido, las exportaciones alemanas experimentaron los mayores índices de crecimiento durante los años sesenta y, desde los años setenta, habían desplazado a Francia del segundo lugar entre los países exportadores europeos.Por otra parte, la especialización de la producción regional permitió también la diversificación de las exportaciones. A las exportaciones de cereales desde las regiones del sur de Rusia y, más tarde, desde el continente americano, habría que añadir las exportaciones de vinos franceses (que se multiplican por cuatro durante los años sesenta) o las exportaciones de productos daneses de granja hacia el Reino Unido.Por otro lado comienzan a tomar importancia, desde estos años, las inversiones extranjeras que buscan altos rendimientos, después que la construcción del ferrocarril hubiese comenzado a dar señales de saturación. El comercio invisible (en el que las inversiones extranjeras forman un importante capítulo, junto con los seguros y los fletes) permitió que la balanza de pagos británica arrojara un permanente saldo positivo, hasta bien entrado el siglo XX. La creación, en 1867, de bancos ingleses en Hong-Kong y Shanghai es buena muestra del interés de esas inversiones.